domingo, 18 de octubre de 2009

Sólo tú y yo sabemos
Que no hay un nosotros.
Que nunca existirá
Un mañana
Conmigo.

Que soy un punto
Y ninguna huella.
Que te sirvo sólo para
Malgastarme.

Se me ha pasado ya la borrachera.
Nos gana el colchón de las tres y media.

Lo único que queda es abrir las piernas.

martes, 13 de octubre de 2009

Cosas que aprenderías si aún existieras

[en otras palabras, feliz no cumpleaños]:

1. Que odio el mes de octubre.
2. Que no me gusta enumerar, ni clasificar, ni que me clasifiquen.
3. Que como podrás deducir, soy totalmente incoherente.
4. Que según mi terapeuta, padezco un grave problema de ansiedad desde que me trago todas las lágrimas.
5. Que he cambiado tanto que me duele.
6. Que me trago los gritos y me tapo la boca
7. Que me dueles
8. Que me dueles tanto que ya no respiro
9. Que me dueles
10. Que me gusta leer de todo
11. Menos tu nombre en una tumba.

viernes, 28 de agosto de 2009

Los minutos me quedan grandes, como mis manos a tu piel muerta.

martes, 25 de agosto de 2009

Para qué esperar. Crece todavía la hemorragia.
Palpita el dolor y las paredes se vuelven pupilas.
Para qué esperar. Cierra los ojos y termina.

Al otro lado..

Así te veo yo, desde tan lejos.

Desde esta manera tan mía de imaginarte.

Prendido de mi vientre de luna.

Tu momento del día

Sal. Sal de mí, como estas palabras.
Vete entre estas palabras mías,
Abandona mi sangre,como hiciste con
todo lo demás.

Déjame sola, rodeada de huellas.
Déjame que tirite por las paredes.
Déjame olvidarte poco a poco,
como esta mañana.

Y ya no hay estrellas que valgan,
ni poemas.

Nunca. No se te ocurra.

No vuelvas.

martes, 14 de julio de 2009

Me equivoco

Me equivoqué desde el principio. Cuando el aire aún era aire y nuestros cuerpos aún se mantenían separados a 36 grados y medio. Me equivoqué cuando nos llenamos de ron y sábanas y silencios sólo nuestros, cuando aparecieron los primeros cantantes de ópera por las ventanas y las madrugadas de amnesia se convirtieron en ley de vida.

Me equivoco cada vez que te cierro los ojos y me marcho, cuando miro el reloj y son las tres y mierda no he ido a trabajar por tenerte un segundo y medio más entre las piernas. Cuando me dejas sabor a noche y a punto y final y estoy en el metro en hora punta y pienso incansable que siempre me han gustado más los puntos suspensivos.

Me equivoco cuando decido no gritarte que te espero. Que te espero siempre, aunque me equivoque.

1/2

Soy la mitad de esta palabra, porque no alcanzo a llenarte del todo. Porque no alcanzo el final del día ni siquiera escuchando mi canción favorita. Quisiera desprenderme y atravesarme hasta llegar al otro lado, porque tengo la impresión de que en este recoveco de Madrid donde sólo escribo palabras mediocres, respira el error más grande del mundo.

Bloody Monday

Quizás sea hora de de desaparecer del todo. Dejar de adivinarte al otro lado de esta nada, en la que solamente habitan mis manos. Hoy ha sido un lunes raro, de esos que te atacan de frente, sin dejarte ni un segundo de tregua. Y justo en el centro has aparecido tú, tan cercano como siempre, desde esta indiferencia tan nuestra. Quizás me baste con escribir estos renglones torcidos para desprenderme por fin de tus palabras. Quizás me baste con recordarte como a mi me gusta, cuando en esta mañana de tristeza no hubieras vacilado en gritar mi nombre.

Quizás, simplemente suceda que no nos queda nada que decir.

viernes, 10 de julio de 2009

[...]

No te conozco, solamente sirvo para quererte. Sabes que me encanta empezar la casa por el tejado,y rodear de puntillas tus barreras para que no me veas. Sabes que no consigo mirarte a los ojos y me trago las ganas entre las sábanas, cada vez más revueltas. No te conozco y me emborracho y te busco y te encuentro y me desespero porque no me conoces [aún después de haber mordido todos mis lunares]. Sabes que no se me dan bien las palabras por el aire y que sólo consigo que vivan en este blanco, tan lleno de ti, y tú tan distante. Sabes que tengo miedo y que no te quiero y que te encuentro y que no te conozco [aún después de haber mordido todos tus lunares]. Y no me buscas, pero me encuentras, muerta de ganas de revolver tus sábanas. Y no te conozco [pero sí te conozco], aunque eso tú no lo sepas.

miércoles, 24 de junio de 2009

Demasiado pequeña

Demasiado pequeña para entender las tristezas de tu vida. Simplemente me limitaba a vivir, sin querer cruzarme en tu camino verdadero;simplemente vivía, sin conocer otra cosa que tus pasos y tus silbidos; tus voces,tus acentos y tus manos. Conocía de memoria tu pelo canoso y enredado, tu barba a medio afeitar. Olías a vicios y a bondades; a veces, a césped recién cortado.

Sin observar los pequeños ni los grandes detalles. Sin preocuparme por entender más allá, de tus canciones compartidas y nuestros besos inventados. De los juegos a escondidas, los minutos pintados con la misma edad.

Demasiado egoísta para entender algo más que tus rosas para desayunar. Tus caricias torpes y verdaderas. Sin molestarme por recordar.

Pero hoy me he molestado. Busco en el fondo de mi sangre, por las venas, entre mis manos...

Vuelvo a subir las escaleras. Cervezas frías. Cenas a las ocho en la mesa de madera del salón. Sigo escuchando el sonido de la puerta, las monedas y las llaves en el bolsillo de tu pantalón. Olor a ciudad y a parmiggiano mordisqueado. Capitán entre tus voces femeninas;corderito en tu sofá, derrumbado. Olvidando cada batalla perdida, cada día con una victoria menos que sumar a tu colección.

De nuevo toco tu cuello áspero; sigo rozando la cadena que siempre me ha recordado a cuando no te conocía, a cuando eras todavía un niño. Se me olvida, pero tú también, alguna vez, fuiste un niño. Como todos, alguna vez. Pero cuando yo te conocí ya tenías los dedos grandes, algunos incompletos, como tus miradas. Como las historias que me he inventado pensando en ti.

Hoy me esfuerzo y te veo de nuevo; tumbado al mundo y al sol. Con tu chándal de jardinero. Las barbacoas y tu mal humor. Mucho más sincero con el perro, cuba libre y desesperación. Seguramente buscabas un poco de vida entre los hielos, de esa que todavía se te escapaba de vez en cuando en alguna de tus miradas. Pero eran pocos aquellos momentos. Sólo cuando me observabas a escondidas, mezcla de embriaguez y
recogimiento. Mil minutos de tontería, bastones y mantas de lana arrastrándose por los suelos del salón.

Demasiado pequeña, sí, pero sin cerrar los ojos. Dueño de un castillo convertido en papel quemado.

No estoy segura de si nos sobreviviste con valentía. Tampoco creo que sea un pecado. Pero nosotras sí. Sobrevivimos. Y lo hacemos cada día,a nuestro paso.

Miedo(s)

Existen muchas clases de miedos.

Hay algunos que son absurdos, aparecen normalmente cuando uno se siente sólo y no encuentra compañía; es entonces cuando empieza a sentir fantasmas que le observan desde los armarios y mueven las cortinas del salón cuando se despista.La carne empieza a notar también el terror, y se eriza, provocando un escalofrío que llega hasta las pupilas, que se dilatan desorbitadas. El corazón empieza a latir descontrolado y un sabor amargo domina la boca, llegando al final del esternón. Pero no se preocupen;se trata de un miedo pasajero, un miedo cobarde, que sólo dura unos minutos y se deja vencer por el sentido común, una oportuna llamada de teléfono o una comedia con palomitas.

Existe también otra clase de miedo más profundo e intelectual. Es aquél que se esconde en el fondo del cerebro y aparece de vez en cuando, en momentos de desconcierto o indecisión. Es el temido miedo al futuro, a no saber qué nos deparará el mañana, el miedo a no ser lo que uno desea o no alcanzar los objetivos marcados. Se trata de un miedo perenne, bien amueblado, que nos acompaña siempre, haciéndonos dudar sobre el camino que elegimos. Alégrense, porque es un miedo sabio, que nos recuerda que aún somos jóvenes y todavía podemos equivocarnos. Deberíamos tener miedo si no lo tuviéramos.

Podemos encontrar otro miedo diferente: el miedo a no ser igual. Igual que los demás; igual que los amigos; igual que los compañeros de colegio. Se trata del miedo a sentirse distinto, miedo a no encajar en todo lo demás. Este tipo de miedo puede traerles terribles consecuencias, por lo que es necesario combatirlo en cuanto detecten ustedes los primeros síntomas. En la mayoría de los casos aparece durante la infancia y la adolescencia; superadas estas etapas de la vida, el miedo se transforma y se convierte en su opuesto: el miedo a que todo sea igual. Miedo
a la rutina, a la corbata, al sentirse idéntico al resto, miedo a morir sin haber sido distinto, miedo a no haber sido capaz de dar un paso más.

Pero el miedo más peligroso es el miedo al amor. Tengan ustedes mucho cuidado, pues es un miedo transparente que no se deja ver, y es necesario ser muy valiente para aceptar que se tiene dentro. El miedo del amor tiene muchas variaciones diferentes: miedo a que nos abandonen, miedo a que alguien nos quiera, miedo a abandonar, miedo a querer a quien no debemos, miedo a que nos quiera quien no debe, miedo a que no nos quieran, miedo a no conseguir querer. El miedo del amor es un miedo que impide, es un miedo que aparece cuando no aparece la verdad.

Hoy me he sentado aquí despacio,intentando entender este nuevo miedo, que se convierte en pánico.

Pánico porque sé que ya no estás.

Pánico, porque sin ti ya no me conozco.

martes, 23 de junio de 2009

Paréntesis

Quieres leer lo que escribo para saber lo que pienso.
Escribo lo que no pienso, escribo lo que no digo...
escribo lo que no vivo.

Puzzle

Tiene miedo a la muerte. Tiene miedo a la muerte y al mismo tiempo la necesita. Su muerte forma parte de ella, no puede vivir sin sentirla. Tiene tanta vida anclada en su propia muerte. Y en la de los demás. Le pasan los días. Las horas se quedan en el estómago y de vez en cuando las vomita. Le encanta cerrar los ojos. Desea no volver a abrirlos. Nunca más. Se busca y se busca hasta hacerse pequeña. Siente que no encaja en el aire. Que no tiene carne como los demás.

Aquí mi aire

Aquí mi aire.
Mi cuerpo.
Cadáver
constante,
Mi tiempo.
Mío.

Suicidio
Eterno.

Mi momento,
Espejo.
Mío.
Mi sueño..

Entrelatidos

Cóseme estas decepciones,
que se me caen de los bolsillos.

Ayúdame a no esconderme
Entre espacios vacíos.

Hoy todo huele a noche,
a aire, a frío.

Vuélvete. Dame tu mano.

Te espero aunque no vendrás.

Te sigo esperando.

Aquí.

Entre latidos.

Arañazo

El día en que te fuiste
Me levanté temprano.
Pequeño presagio triste.
Tu olor en el armario.

Bajando escaleras,
Intentando curar
Este arañazo.

El día en que te fuiste.
Día sin aire. Día triste.
Día esperado.

El día en que te fuiste.
Tan lejano.

Habitante

Soy habitante. Niña. Anciana. Vivo entre adoquines. Pequeña ciudad entre la nada.

Motivos que me dejan volver y quedarme. Instintos que pelean por salir de esta piel. Viviendo siempre a base de mañanas. A la deriva, con esta inercia mía de no llegar nunca a ningún lugar. De buscarte sin saber quién eres. De encontrarte en cada cara, en cada esquina.Desescribiendo mis noches para que dejen de existir. Escribiendo todos mis días para volver atrás. Ahorrar. Ahorrar suspiros. Desllorar el tiempo perdido.

Volver a verte tan lejano. Tenerte cerca desde este cristal. Mirando siempre hacia atrás. Con este corazón que no se cansa de mí, con este corazón que no me deja nunca en paz. Siempre entre latidos. Recordándome que aún sigo viva por algún estúpido motivo establecido. Por estas malditas leyes de la naturaleza. Sin ningún sentido.

Soy habitante. Anciana. Niña de aquellas épocas que dejaron de existir. Habito la noche. El día. El agua. Habito tus palabras y mis vacíos, las hojas en blanco que nunca consigo llenar.

Se trata de mí. De este espacio desencajado en el que vivo.

Regreso

Vuelve conmigo. Déjame escuchar.
Yo me haré la dormida mientras
Me dices quién eres desde que
Ya no te conozco.

La mañana me trae secretos
Mientras yo me convierto en sábana.
Entra la luz. Me arrugo, me estiro,
Me tiendo, dormilona interminable
De los días que están por llegar.

Todo sea por anular este
Aire, que me separa de
Tus miradas.

Good to know you

Me busco por todas partes.
Dime dónde me meto.

Quién soy esta mañana de viento.
Quién soy cuando me miro
al espejo.

Dime dónde me escondo
cuando me tengo miedo.

Me busco por las manos.
Hoy sí me acuerdo
de tus ojos de muerto.

Columna de humo.
Herida abierta en el suelo.

La vida se me escapa
entre los huesos.

Me dejo llevar.
Me dejo.

Fronteras

Solamente recuerdo mi carne. Nada mas. Nada menos. Mi terreno; tus fronteras. El límite entre los dos; el infinito entre los dedos. Las arrugas del alma. Me hacías existir de entre las sombras. Yo existía en tu mirada, cada vez más muda. Yo vivía en tus silencios mientras me tapabas la boca.

Tontería

Entiendo tu aire.
De vez en cuando te respiro.
Como si aún existieras.

Stand by

Entre tu fondo y el mío
hay huesos como palabras
y anatomías aún por descubrir.

Entre tus huesos y mi sangre
existe una distancia que es igual
a todas las esperas de este mundo.

Y tiempo.Y fiebre de ti.

Entre tu boca y la mía
no existe un cuándo ni un cómo.

No existe ni siquiera un quizás.

Entre pared y pared

Ayer me encerró la noche entre pared y pared.
Ayer se me cayeron los párpados al suelo.

Intenté no pensar en lo que nunca te había dicho
Y quise envolver mis palabras en papel de regalo
Y dejártelas debajo de la cama.

Ayer me encerró la noche entre pared y pared.
Y me cerró la puerta. Y no me dejó ver.

La noche muda no me podía hablar
Y ayer me comí el día mordisco a mordisco.

Cada noche es un funeral.
Ayer me violó la noche.
Daré a luz oscuridad.

(vacío)

Todo lo que soy es vuestro.
Mi carne. Mis venas. Mis ojos
tristes, atentos, fugaces.

Todas mis palabras las creasteis vosotros.
Mi oscuridad, todos mis temblores,
os pertenecen.

Porque mis días nacen
y os buscan desconcertados.
Me habéis moldeado
con las yemas de los dedos,
a vuestro antojo, sin preguntar.

Os abrí todas mis puertas
y entrasteis poco a poco,
de puntillas, sin molestar.

Me dejé caer en vuestras manos,
sonriendo. Erais mi hogar.

Y ahora
Todo lo que tengo
es vuestro
(vacío).

230184

Nací un 23 de enero del año 1984, un día frío (supongo), de calcetines de lana y bolsillos vacíos tras todas las comilonas y regalos de navidad.Nací y me vi de pronto en este mundo, inmenso. Desde aquel 23 de enero de 1984 han pasado exactamente 24 años, 6 meses y 4 días (menos 5 minutos, el tiempo exacto que queda para llegar a la media noche en un día caluroso de junio, con sandalias y los bolsillos repletos de pérdidas y ganancias). Y aquí me siento, en una de las tantas casas que han cuidado de mí, unas más y otras menos. Y como siempre, me encuentro en frente de ti, para llenarte de pronto y sin previo aviso con palabras que no parecen tener mucho sentido. Supongo que simplemente sirven para recordar(me) que aún sigo viva.

Hoy hago balance de mis 24 años, en los que he perdido más de lo que perderé el resto de lo que me queda en este mundo, cada vez menos inmenso. Hago recuento de todas las veces que (me) he perdido. Primero fue mi padre, del que cada vez recuerdo menos y del que cada día me acuerdo más. Mi padre murió un 13 de febrero de un año demasiado redondo; como todas las malas experiencias, mi sabio cerebro borró de pronto los días vividos en aquel hospital y los cubrió con nieve, pellas y escapadas del colegio y cumpleaños con pajaritas de papel. Pero sobre todo, el tiempo se llenó de mi hermana, esa a la que conocí por causas de fuerza mayor y que me conquistó con tostadas recién hechas y olor a café con leche en la cama. Mi cerebro también rellenó esa ausencia con poemas; uno muy especial que me regaló mi padre en mi dieciseisavo cumpleaños. De él aprendí que las palabras llegan como los olores antiguos, y que sólo yo lograré entenderlas.

Tras la muerte de mi padre continué perdiendo cosas, unas más importantes que otras. En primer lugar, perdí la virginidad, que se dice pronto. Al mismo tiempo gané mi primer amor, que me sirvió para descubrir el apasionante mundo de la vida en pareja. Aprendí a fumar (a veces, sustancias prohibidas, como las caricias en la parte de atrás del coche y los orgasmos repentinos de madrugada) y a cantar canciones debajo de la almohada. Aprendí a sufrir como en las telenovelas sudamericanas, a dar portazos y pegar bofetones en el día de los Reyes Magos. Aprendí también que la
palabra siempre es mentira.

Con dieciocho años y habiendo terminado el colegio con muy buenas notas (verdadera incógnita, teniendo en cuenta que estudié la selectividad a la luz de las velas por falta de electricidad en casa y durmiendo con abrigo por falta de calefacción y agua caliente) me mudé con mi madre a un piso de 90 metros cuadrados, y con mi tía abuela Tove, de 99 años y 1 metro 50 de estatura. De esos días no recuerdo casi nada, en parte porque nunca he tenido muy buena memoria y en otra porque fueron días que sólo sirvieron para echar de menos. Para echar en falta mi primera casa, aquellas paredes que recorrí cientos de veces con las yemas de los dedos, rodeada de gente y animales, de voces, pasos y silbidos, de plantas y olor aniñamimadadepapáymamá. Fue en uno de esos días en los que decidí marcharme a otra ciudad, en busca de nuevas aventuras y como respuesta a esa inercia mía de no parar a pensar, un poco por cobardía (quizás).

Y de pronto me ví en la ciudad amarilla. Y gané los mejores cinco años de mi vida. Si pienso en Salamanca siempre me imagino una sonrisa. Allí comenzaron aquellos años universitarios que uno piensa que durarán eternamente. De ella me llevo lo que soy ahora. Las resacas infinitas por la rúa y la plaza mayor. Los cafés con leche, canela y tontería. Los primeros sitehevistonomeacuerdo. Fueron años de ganancias, de ir rellenando vacíos. Los vacíos más grandes se cubrieron con amigos; con reuniones de risas y delantales. Con lunas llenas y menguantes, con paseos y tardes de césped y sol. En Salamanca conocí a mi mejor amigo, ese que llevaba esperándome toda la vida. Aprendí a enamorarme todos los días y a coserme la noche a las palmas de las manos (porque en la ciudad amarilla las noches nunca se olvidan).

Sí.En Salamanca perdí el norte, pero también encontré mi brújula mágica, esa que me acompaña vaya adonde vaya. En muchas ocasiones perdí también la vergüenza y el sentido del ridículo, bailando con los pies descalzos y robando adoquines por las calles, con olor a lluvia en el pelo y partiéndome la voz por la calle del viento. Aprendí que los olores se guardan al final de la garganta (como las palabras), y que el día menos pensado aparecen para recordarte que una vez fuiste feliz. O al menos eso creías.

Pero está claro que ganar no es un verbo hecho a mi medida. A veces llega un momento en que te haces vieja de repente, como dice esa canción que todos cantamos cuando llevamos un par de copas de más. Y aunque todavía no me ha salido ninguna arruga en la cara, sospecho que alguna que otra me ha aparecido en el corazón, este maldito órgano que nunca deja de palpitar y que a veces me recorre la boca del estómago, pidiéndome que pronuncie palabras que nunca me atrevo a pronunciar, quizás por mi temor a no saber expresarme correctamente (y eso que soy licenciada en el arte de comunicar) o simplemente por ese pánico mío a descubrir(te) que me siento pequeña en este mundo cada vez más minúsculo y en esta rutina mía, que se reduce a cuatro paredes, un coche azul y un par de conejos.

Mi regreso a la capital, hace exactamente un año, veinte días, una hora y diecisiete minutos, me ha enseñado que puedes perder mucho más de lo que te imaginas, pero que milagrosamente tu columna vertebral no pierde el equilibrio y tus tobillos siguen formando un ángulo perfecto de 90 grados con la tierra, aunque a veces se tambaleen. Hace 8 meses y trece días que perdí a mi madre. No hay palabras ni letras ni verdades en lasque quepa tanto dolor. De ella casi no recuerdo, pero porque no me atrevo; porque he aprendido a construirme un escenario en el que ella nunca estuvo, porque es la única manera que tengo para poder sobrevivirla.

Y sin embargo, aunque parezca mentira, haciendo balance de estos 24 años, 6 meses y 4días puedo afirmar con rotundidad que al final he ganado. He ganado porque aún me levanto todos los días con la seguridad de que podré con todo. He ganado porque no cambiaría esta vida mía por nada del mundo, porque me levanto y lucho contra todo lo que me dice que me rinda. He ganado porque tengo un vacío inmenso dentro de mí, lo que indica que sólo me queda esperar a que se llene con un poco de alegría. Y estoy segura de que tarde o temprano aparecerá por detrás de alguna esquina…

Orejas caídas

A veces las noches me sirven de madriguera. Abro los ojos, para iluminar estas palabras que nunca me atrevo a repetirte. La noche me sirve para curarme del día y alejar este sabor agrio que me deja la mañana. Porque me siento segura con los pies calientes y las luces apagadas. Me arropa este silencio del que me he apoderado, dueña de todas mis soledades. En mi madriguera escribo tonterías y paso las horas dibujando tus fronteras. Te imagino rellenando mis curvas con tus manos duras, llenas de heridas. Y mientras hago ruido de ramas rotas bajo estas sábanas (de hace ya días) hay algo que palpita bajo mi pecho y que me recuerda que aún sigo con vida. En noches como ésta, respirando flojito y con las orejas caídas (en esta madriguera oscura desaparecen las pesadillas) recuerdo alguna palabra tuya. Me imagino rodeando tu ombligo con el dedo, encajando mis costillas en tus brazos, hechos a mi justa medida.

Se arrepintió la luz

Se arrepintió la luz y nos dejó a oscuras.
Las sombras temblaban en tus manos y en mi pelo,
Como murciélagos recién nacidos.

Contigo descubrí que el silencio no tiene eco.
Que los susurros a media noche se pierden entre las sábanas.

Se arrepintió la luz y nos dejó a oscuras.
Las palabras nocturnas asomaban
por tus labios recién mordidos.

Yo también me arrepiento.