Demasiado pequeña para entender las tristezas de tu vida. Simplemente me limitaba a vivir, sin querer cruzarme en tu camino verdadero;simplemente vivía, sin conocer otra cosa que tus pasos y tus silbidos; tus voces,tus acentos y tus manos. Conocía de memoria tu pelo canoso y enredado, tu barba a medio afeitar. Olías a vicios y a bondades; a veces, a césped recién cortado.
Sin observar los pequeños ni los grandes detalles. Sin preocuparme por entender más allá, de tus canciones compartidas y nuestros besos inventados. De los juegos a escondidas, los minutos pintados con la misma edad.
Demasiado egoísta para entender algo más que tus rosas para desayunar. Tus caricias torpes y verdaderas. Sin molestarme por recordar.
Pero hoy me he molestado. Busco en el fondo de mi sangre, por las venas, entre mis manos...
Vuelvo a subir las escaleras. Cervezas frías. Cenas a las ocho en la mesa de madera del salón. Sigo escuchando el sonido de la puerta, las monedas y las llaves en el bolsillo de tu pantalón. Olor a ciudad y a parmiggiano mordisqueado. Capitán entre tus voces femeninas;corderito en tu sofá, derrumbado. Olvidando cada batalla perdida, cada día con una victoria menos que sumar a tu colección.
De nuevo toco tu cuello áspero; sigo rozando la cadena que siempre me ha recordado a cuando no te conocía, a cuando eras todavía un niño. Se me olvida, pero tú también, alguna vez, fuiste un niño. Como todos, alguna vez. Pero cuando yo te conocí ya tenías los dedos grandes, algunos incompletos, como tus miradas. Como las historias que me he inventado pensando en ti.
Hoy me esfuerzo y te veo de nuevo; tumbado al mundo y al sol. Con tu chándal de jardinero. Las barbacoas y tu mal humor. Mucho más sincero con el perro, cuba libre y desesperación. Seguramente buscabas un poco de vida entre los hielos, de esa que todavía se te escapaba de vez en cuando en alguna de tus miradas. Pero eran pocos aquellos momentos. Sólo cuando me observabas a escondidas, mezcla de embriaguez y
recogimiento. Mil minutos de tontería, bastones y mantas de lana arrastrándose por los suelos del salón.
Demasiado pequeña, sí, pero sin cerrar los ojos. Dueño de un castillo convertido en papel quemado.
No estoy segura de si nos sobreviviste con valentía. Tampoco creo que sea un pecado. Pero nosotras sí. Sobrevivimos. Y lo hacemos cada día,a nuestro paso.
in the mirror
Hace 1 año
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